2 de diciembre de 2010

Otro Chileno en Argentina.








Pensaba en titular este espacio como ¨un chileno en Argentina¨, pero dado que no soy el primero ni seré el último en venir a este vecino país, me parece menos soberbio y más lógico el encabezamiento elegido. Dejémosle el otro título a los compatriotas que visitan países más exóticos.


Normalmente cuando uno escribe un artículo tiene al menos las ideas principales y una estructura que pretende desarrollar. En este caso no sé cómo comenzar, continuar ni en qué va a terminar este humilde intento. Sí tengo claro la razón por la que quiero escribir: un deseo inmenso de expresar en palabras mis sentimientos, emociones y experiencias de esta breve estadía en Argentina.

Dejando de lado cualquier nacionalismo infundado, considerando que estoy orgulloso de haber nacido en Chile, que vibro cada vez que veo nuestra hermosa bandera (incluso verla desteñida y sin gracia en los múltiples hoteles porteños) y que cada vez que estoy en el extranjero con vehemencia y mucha fuerza digo: SOY CHILENO; es necesario reconocer con humildad que La República Argentina me seduce. No sé por qué, pero hay algo que espero descubrir en el transcurso de la escritura.

Desde que uno llega a Buenos Aires, incluso cuando aterrizas en el confuso ¨Aeroparque¨, sientes que has llegado a una gran ciudad: por la tonada, desplante y fervor de sus protagonistas, por el ambiente, por el aroma… no lo sé con certeza, pero hay algo que hace palpar que estás llegando a un lugar importante.

En los primeros minutos, abres los ojos y sin ser necesariamente un gran observador (y con una envidia relativamente sana), distingues que los genes de la hermosura se quedaron atrapados en Los Andes, no pudiendo cruzar a Chile. La prestancia de sus hombres y mujeres es cautivante, en cada paso que dan muestran con absoluta seguridad que el espacio físico por el cual transitan es exclusivamente de su propiedad y de nadie más. Eso multiplicado por miles, es fascinante.

Los argentinos son reconocidos por la bohemia y capacidad de resistencia nocturna, donde la previa de la fiesta comienza cerca de las 1AM, el pick de la joda es alrededor de las 3AM y normalmente abandonas el boliche a eso de las 6 - 7AM. Intentado buscar una razón, he concluido que esto está condicionado por la importancia que le otorgan a cada una de las comidas: a medida que transcurre el día la comida siguiente es cada vez más relevante.

El desayuno es complicado de precisar, es algo que no está muy claro ni definido: un café con medialunas, un maté con un par de masas dulces o simplemente un vaso de algo con algo de acompañamiento, parecen suficiente para validarlo como la primera comida del día. Al contrario, la cena es la comida más importante del día, siendo una especie de institución social en algunas familias, un día sin la cena es algo inusual. No deja de llamar la atención la gran cantidad de público que asiste a los restaurantes cualquier día de la semana (lo que hace difícil comprender que es un país que está saliendo o está en crisis) y a la hora en que lo hacen: a las 21 horas hay un par de parejas comiendo, desde las 22.30 no se consigue una mesa con facilidad.


Esto es algo que se diferencia de mi país, comenzando por la palabra. Mi apreciación es que el vocablo cena tiene una carga de relevancia importante, algo inusual, como que se da pocas veces en el año: la cena del trabajo, la cena de navidad, la cena de año nuevo. En la noche, los chilenos no cenamos, sino que comemos algo o cuando nos juntamos en grupo salimos a comer. En una conclusión irresponsable, puedo decir que desde la desigualdad semántica comienza a diferenciarse la importancia que cada país otorga a esta comida.

La cena chilena es el símil al desayuno argentino: no está claro qué es, si el almuerzo recalentado, un pan con queso y café, una palta, una fruta, leche, o un completo, cualquier cosa puede ser considerada la comida de la noche.

Al pasar un par de días en Argentina tus oídos comienzan a acostumbrase a ese castellano tan particular que hablan, con una conjugación y acentuación que sólo tiene justificación porque lo hablan ELLLCHOS. Cada conversación (y que decir de una discusión!) puede ser escuchada a 10 metros a la redonda, cada palabra que expresan es una manifestación de fuerza y pasión, como si decirlo con una carga de decíbeles inferior no estuviera permitido.

Queriendo encontrar una razón por la cual los trasandinos hablan tan duro (no voy a decir gritan), he llegado a dos conclusiones:

(i) Su vocabulario no reconoce las palabras ¨no sé¨. Para alguien como yo que le encanta conocer las culturas a través de una grata conversación, esto es muy atractivo pues puedes hablar absolutamente de cualquier asunto o problemática con un argentino, dominan todas las temáticas y en caso que no sea así, igual tendrán una opinión o comentario que por la forma y tono en que lo expresan goza de una validez alta.

(ii) Considerando lo anterior y dada la experiencia que he tenido en reuniones, charlas y conferencias, me he tomado la licencia de esbozar una atrevida fórmula: el interés por expresar una opinión es inversamente proporcional a la capacidad de síntesis.
Los que se caracterizan por tener siempre un mayor interés por dar un comentario, tienen una habilidad menor de resumirlo, debiendo utilizar un mayor número de palabras y de tiempo para expresarlo.

Al contrario, los que no siempre participan, cuando lo hacen tienen el talento de sintetizarlo usando un tiempo menor.

No hay mejor ni peor, sólo hago la distinción con fines descriptivos. Tanto el primer como el segundo grupo son valiosos dependiendo de la circunstancia. Por ejemplo, al facilitar una sesión o exponer algún tema, resulta ameno la característica de los primeros, pues con seguridad sabes que será algo participativo, lo que es beneficios para el expositor.


Cualquier descripción del país vecino es miserable si es que no habla de fútbol. Tuve la oportunidad de asistir a un juego entre Velez Salfierd y Lanús, todo un espectáculo alucinante y apoteósico, pero considero que hablarles de esto en un par de frases sería una irresponsabilidad de mi parte, para hablar de fútbol argentino hace falta un relato completo y tener experiencia en la escritura. Por el momento no me siento habilitado para adoptar ese riesgo, quizás más adelante siga jugando a a escribir (es el título de este blog, por si no se dieron cuenta) y tenga la capacidad de hacerlo.

Tan irresponsable como hablar de fútbol en este relato, será concluir aquí este exiguo intento de descripción de los argentinos, pero la inexperiencia en la escritura enciende una alarma que me exhorta a detenerme. Espero en algún momento volver sobre esto.

Para lo anterior, seguiré necesitando de la compañía de mis amigas y amigos trasandinos que, sin saberlo, han contribuido enormemente a esta narración, y a quiénes con mucho cariño van dedicadas estas palabras.

24 de agosto de 2010

¡¡¡ CHILE !!!

(Este es un relato escrito el 30 de marzo de 2007 en San Juan, Puerto Rico cuando iba a tomar el vuelo a Boston, USA).

El día comenzó temprano, me dormí cerca de las 3 de la mañana y me desperté con la llamada de mi madre a las 5 de la madrugada desde Osorno. Pienso que sea cual sea el lugar del mundo en que me encuentre, siempre necesitaré de mi madre para las cosas elementales de la vida. Llamó mi madre, me despertó, le dije que la amaba y volví a la cama a estar unos minutitos más en la cama. Estaba de noche, pero como siempre no hacía frío, llovía un poco.

Salí del apartamento, fui a la cafetería para comprar un sándwich, pero estaba cerrada, así que comencé a caminar las 5 cuadras que me separaban de la parada de las guaguas. Pasó poco más de un minuto cuando comenzó a llover fuertemente, tanto que a los dos minutos, ya se me habían pasado ambas zapatillas y el pantalón era un trapo mojado. Recordé los días cuando llegaba de regreso del colegio, recordé mi querido Osorno y mi añorado hogar.

Fuera de estos recuerdos, tenía mucha rabia, estaba enojado con la lluvia… llegué a la parada, un minuto después, la lluvia se detuvo completamente. Pensé que el viaje comenzaba mal, sin duda, si estaba mojado como una sopa… pero una insignificante lluvia no iba a “aguar” mis entusiasmos.

Una vez dentro de la guagua, comenzó la batalla con mi mochila para sacar los otros zapatos que estaban conmigo, otras calcetas y otros pantalones. Durante el recorrido del bus, me cambié las calcetas y hasta me sequé los pies con la toalla. Llegué al aeropuerto y busqué un baño para cambiarme de pantalón, que, por supuesto, no me lo había cambiado en la guagua.

La espera no fue tan larga, di una vuelta por ahí, me comí un completo, más bien un incompleto por $1.650, que tenía la salchicha y el pan… sería todo, suficiente para alimentar a los obesos gringos.

Antes de subir, hay que hacer la última fila para abordar. A pasos del avión te preguntan ¿de qué país es usted? En ese preciso momento es cuando surge un sentimiento algo especial, como que baja todo el amor a la patria, como que uno se siente distinto por ser de otro país, se siente bien de no ser gringo como la mayoría de la gente del vuelo… orgullosamente, con fuerza y con un vozarrón digo ¡¡¡CHILE!!!

El oficial coteja el pasaporte y la visa para verificar que esté todo en orden. Sin duda, que para el oficial mirar un pasaporte de un chileno es lo menos importante que le pasó en el día, o simplemente es un trámite más que tiene que hacer, pero para mi fue un momento especial en el que uno siente que representa a todo el largo y angosto pedazo de tierra que está al fin del mundo…

31 de mayo de 2010

Primer Contacto.

Recuerdo exactamente el día. Tenía una clase de derecho, responsablemente llegué a la Escuela, pero la clase se había suspendido. Tenía dos opciones: ir a almorzar o volver al trabajo para ese día salir antes.

Cuando ya había decidido la primera opción, saliendo de la Universidad veo un afiche con la experiencia de un uruguayo llamado Martín Pérez, invitando a una charla informativa de AIESEC, en ese momento recordé que un amigo algo me había comentado de esta organización.

Ahora ya no eran dos, sino que tres opciones, el punto en contra de la tercera opción es que la charla no era en la Universidad, tenía que caminar unos minutos para llegar, estaba cansado, con hambre y ya iba tarde… elegí la opción de almorzar, pero en el camino, me desvíe y finalmente llegué a la charla. Esta simple decision, o más bien dicho esta instintiva decision marcaría un punto de inflexion en mi vida, definitivamente este día lo recuerdo como el momento que marcó un antes y un después.

Una vez en la charla, no entendí el real sentido de la organización, pero había algo que me llamaba la atención, algo que despertaba un gran desafío, algo que me provocaba algunos sentimientos ajenos, en ese momento no podía acuñarle un nombre, tiempo más tarde entendería que era…

Así que con grandes dudas y sin comprender muchas cosas, viví el absorbente proceso de postulación (¨reclutamiento¨, en esa época mi lenguaje aún era común) con ansias de saber el incierto resultado, un resultado que llegó tarde cuando las esperanzas comenzaban a disiparse, un desenlace que llegó con un correo de aceptación de Andrés Alcayaga invitando a un evento llamado Learning Weekend...