6 de abril de 2011

Perder Una Elección (otra).


Con la experiencia de haber participado en más de 10 elecciones en diferentes instancias con una balanza aún inclinándose a mi favor, recuerdo cada una de ellas con un sentimiento especial, sin embargo las derrotas son las que sirven para afrontar el futuro, son las que uno analiza más, las que trata de encontrar la explicación número 765, por las que uno se desvela, las que hacen replantearse muchas cosas. Recuerdo muy cercanamente dos derrotas particulares, que, a pesar de las obvias diferencias, tienen muchos elementos comunes.

La primera de ellas fue el año 97, cursaba el penúltimo año de la enseñanza básica en mi grandioso Colegio San Mateo y se elegía al presidente del centro de alumnos para los estudiantes entre 10 a 14 años, un cargo simbólico, pero no menos importante. Había un candidato que corría con seguridad al triunfo, pero a pesar de eso, con mis inmaduros 12 años decidí postular y junto a mis amigos más cercanos montamos una gran campaña con afiches, logos, slogan y un ilegal pintado de murallas del colegio (que tuve que limpiar con mis propias manos, a pesar que yo me enteré del rayado cuando me llamaron de Dirección). La derrota fue mejor de lo esperado, avancé a segunda ronda y ahí me dieron una paliza.

La segunda derrota fue hace casi dos meses, se elegía al presidente de AIESEC para Argentina, Chile y Uruguay, una organización con más de 50.000 miembros en el mundo y con casi 1.000 en los países enunciados. En el papel suena como un cargo muy relevante. Sin haber participado en la primera ronda (donde no se eligió a ninguno de los dos candidatos, lo que obligó a abrir postulaciones), con muchas dudas e inseguridades decidí postularme en la segunda. Fuimos 3 candidatos, volví a perder en una segunda ronda, esta vez por un estrecho margen de votos.

Una interesante campaña del voto responsable en Argentina.

Una elección popular viene acompañada de una exposición pública de las capacidades, fortalezas y sobre todo debilidades de los candidatos. Al inscribir un nombre en una cartola de votación cualquier persona se siente con el derecho de hacer una evaluación subjetiva ligera y escueta de la persona, la conozca o no, basado principalmente en la primera impresión (quizás considere la segunda o tercera). Saludos, reacciones y detalles en el comportamiento son claves para la evaluación final.

Un hecho que no es nada nuevo, pero que no deja de llamarme la atención dada la experiencia en las derrotas enunciadas, en los triunfos obtenidos y en múltiples conversaciones, es que los criterios de elección de los votantes no varían mucho cualquiera sea la organización, la madurez del electorado, la forma en que se aborde la campaña o las propuestas. Independiente de cualquier propuesta, conocimientos o títulos, la evaluación subjetiva ligera y escueta de la persona, a la que me referí anteriormente, es la que termina decidiendo el voto (obviamente esto no aplica a la política dura, donde la pertenencia a un partido determina la elección).

O mejor dicho, en general, a los votantes no les interesan las propuestas (razón), no las leen, no las cuestionan, sino que lo fundamental es la experiencia individual que se tenga con ese candidato o lo que otra gente tenga como primera impresión (corazón). Con justa razón y siendo bien original, alguien puede decir que lo mejor es buscar el perfecto equilibrio entre la razón y el corazón: ser carismático y tener una buena estrategia, asegura un buen resultado.

No estoy totalmente de acuerdo con esto, lo fundamental en este tipo de elecciones es el corazón de los votantes. Cuando se tiene ganado, las propuestas no son importantes, es más, creo que el elector que tiene una buena evaluación subjetiva, por más responsable que sea, es más probable que lea las del otro candidato, pues subentiende que las del que capturó su corazón son buenas. En cambio, cuando hay una mala evaluación subjetiva, el votante responsable las leerá, pero posiblemente no les termine gustando pues su corazón no las acompaña.


Entonces, es lamentable decirlo, pero un candidato con una alta evaluación subjetiva puede ganar por lejos sin ni siquiera tener propuestas o un plan de trabajo aceptable. Ser simpático, divertido o no levantar mucho la voz puede ser más relevante que cualquier estrategia o propuesta.

Recordando mi experiencia tanto en las derrotas como en los triunfos, donde la evaluación subjetiva fue alta, llego a la misma conclusión. A pesar de todo lo expresado, seguramente seguiré participando activamente en elecciones, aunque probablemente la siguiente sea en política, un tanto más complejo de analizar…